
14 Jun Por qué sí hay que hablar de política en la mesa.
Existe una frase de uso común en los hogares mexicanos que dice: en la mesa no se habla de ni política ni de religión. Este dicho se presenta como una sana advertencia, para evitar la confrontación entre familiares. Sin embargo, nuestros padres, al blindarnos de una posible discusión, de manera inconsciente nos impiden desarrollar las cualidades de un(a) demócrata. Vivir en democracia implica estar abierto a escuchar opiniones contrarias y respetarlas. Es aprender a perder un argumento dentro de un debate y no tomarlo personal. Solo así, enfrentándonos a un callejón sin salida en la lógica argumentativa, podremos desarrollar las competencias necesarias para elaborar una opinión menos falaz, más informada y con mayor calidad argumentativa.
Los mexicanos nos sentimos orgullosos de vivir en una sociedad democrática. Dicho sentimiento, quedó manifiesto en las elecciones del pasado 6 de junio. No obstante, pareciera ser que una vez transcurrida la jornada electoral, olvidamos ejercer nuestras obligaciones como ciudadanos. Por supuesto, los comicios son el evento más importante y que da vida a nuestra joven democracia, pero nuestro sistema entero no puede pender de una sola acción.
Decía un sacerdote al cual recuerdo con mucho cariño, que a la gente cada vez le interesaba menos ir a la iglesia y más bien, la usaban como pretexto para los días de fiesta. Decía, «solo los veías el día de la boda, y de ahí hasta que llegaban con los pies por delante». Desde luego, las razones por las cuales la iglesia ha perdido feligreses escapan del análisis de mi blog y lo dejaremos para otra ocasión. Pero, el punto central del fenómeno, era bien reflejado por las palabras tan elocuentes de este padre.
Este ejemplo lúgubre, puede ser usado como analogía para describir la participación ciudadana en México. Salvo honrosas excepciones, nos limitamos a ejercer nuestra ciudadanía únicamente el día de la elección, y hacemos valer nuestro derecho constitucional al voto. Desde luego, no es un hecho menor considerando cuántos en el mundo no poseen el derecho de elegir a sus gobernantes. Sin embargo, una vez que emitimos el voto, después de la fiesta de la democracia, no volvemos a saber de nuestro candidato hasta la siguiente elección. Si bien nos va. Ahora que se permite la reelección, hay quien osa pedir de nuevo el voto, después de haberse exiliado en la capital. Y repito para no dejar clavo suelto: salvo honrosas excepciones.
Mientras fui menor de edad, acompañé a mis padres a las elecciones. Nacieron bajo la era priista, y para ellos resultaba vital inculcar en mí la preservación de nuestra democracia. Mi padre, decía: “tu crees que el IFE (ahora INE) siempre ha existido y el voto ha sido secreto ¡Pero no! Antes yo pasaba a votar frente a un grupo personas -una especie de comité- y la mayoría pertenecientes al gobierno. Era joven como tú, y me ponía nervioso. Pero siempre voté en contra del partido hegemónico”. A mi corta edad, estaba aprendiendo la lección más importante que regiría mi visión del mundo. La democracia es un sistema de gobierno en permanente construcción, que debe ser preservado.
En mi casa, las discusiones de política se servían junto al pan en la mesa. Como las ideologías de mis padres eran antagónicas y al opuesto del espectro ideológico, ello ponía el ambiente en mayor tensión. Quizá la consecuencia más desafortunada de estos diálogos, es que como espectadora, terminé interesándome en temas de política y lo hice mi profesión. Me refiero a ello como desafortunado, porque hubiera estado más padre ser astronauta. Y quizá no solo más padre, sino también mejor remunerado.
La democracia no es un acto inherente al ser humano, decía Alain Touraine. Dejar los deseos personales e individuales, pensando en favor de la mayoría, no es una característica que se obtiene al nacer. Los individuos se guían por sus intereses y por la satisfacción de sus necesidades, y ello no suele ser necesariamente compatible con el principio de mayoría. Por lo tanto, podríamos concluir que la democracia se aprende. Y el lugar idóneo para hacerlo, es en casa.
Vivimos en una época, que hablar de política es un valor perdido o es despreciado. Y con muy justa razón. Sin embargo, como decía Hajer Sharief en su charla en TED «How to use family dinner to teach politics» dejar nuestros asuntos de vida en manos de los políticos, es un lujo que no nos podemos dar. Por ello, como la activista sugiere, las familias podrían ser el epicentro de una nueva generación de ciudadanos comprometidos por su democracia. Al sumar a los más jóvenes a la conversación, no solo se harían sensibles a su entorno, sino también responsables.
Las familias podrían diseñar diversas iniciativas de participación política intra-hogar. Por ejemplo en tiempos de elecciones, se podrían revisar las propuestas de los diferentes candidatos, analizar sus posturas, sus contradicciones y discutirlas en la mesa. Incluso, se podría elaborar una “noche de debates” en la que cada miembro de la familia, pudiera asumir un rol. Durante el resto del año, se podría continuar con los debates o realizar un seguimiento puntual a las propuestas de quien resultó vencedor. De esta manera la “oposición familiar” podría señalar cuáles propuestas se han cumplido y cuales no. Se me ocurre, que también podría haber un concurso al interior de los miembros de la familia para elaborar una propuesta de política pública en el municipio y hacerla llegar a su diputada o diputado local.
Podrá sonar exagerado este mecanismo de política familiar y quizá el desenlace sea mucha frustración ante la falta o nula respuesta de las autoridades. Pero esto también es parte del aprendizaje. Las democracias se construyen, todos los días. Negociando, dialogando, escuchando, actuando, retrocediendo, volviendo a avanzar. Perseverando.
Nuestra democracia en México es joven y cada vez más sólida, como lo demuestran las recientes elecciones. Pero sigue siendo perfectible. La democracia es una práctica y el México que deseamos construir, debe incluirnos a todas y todos. Y como en todo, la educación comienza en el hogar.